Con la llegada de las bajas temperaturas aparecen las enfermedades típicas del frío. Es importante saber diferenciar según la gravedad de enfermedades que pueden llegar a ser graves y requerir internación. Rinitis, bronquiolitis. neumonía. gripe, bronquitis o COVID-19: los cuadros más frecuentes.

Congestión, tos, mocos, malestar general. La lista parece repetirse todos los inviernos y afecta a chicos, adultos y mayores. Pero ¿cómo saber si estamos frente a un simple resfrío, una gripe o algo más serio? ¿Cuándo es momento de preocuparse y cuándo alcanza con quedarse en casa haciendo reposo?. Los especialistas del Hospital de Clínicas José de San Martín nos dan las claves para diferenciarlas y saber que hacer.
La Dra. Pia Majdalani (MN 93.075), Jefa de la División Medicina Interna General del Hospital de Clínicas, lo plantea con claridad: «muchas enfermedades del invierno comparten síntomas similares, pero no todas tienen el mismo riesgo, ni para todas las personas. Hay una diferencia clave entre tener fiebre o no, entre tener asma o EPOC o no, entre ser joven y sano o estar inmunodeprimido o con enfermedades de base».
¿A qué debemos prestar atención para determinar la gravedad de la situación?
«El síntoma que marca el grado de urgencia es la fiebre. Una congestión, un poco de dolor de garganta o una tos pasajera no suelen ser urgencias ni requieren medicación ni consulta médica inmediata. Pero cuando la fiebre aparece, sobre todo si se mantiene por más de 48 horas, se enciende una alerta: ahí es donde el cuerpo dice que algo más serio puede estar en curso. No siempre será grave, pero sí requiere evaluación médica. Más allá de los nombres —gripe, COVID, bronquiolitis, neumonía, influenza— hay un punto en común: lo importante es conocerse, prestar atención a la intensidad de los síntomas y al contexto en que aparecen. Porque no es lo mismo tener una gripe siendo una persona joven y sana, que si se tiene asma, si se es mayor de 60 o si se convive con una enfermedad respiratoria crónica”.
Con el cambio de estación y el descenso de temperatura, los ambientes cerrados y la circulación de virus respiratorios generan un combo que afecta especialmente a niños, adultos mayores y personas con enfermedades crónicas. “En estas épocas del año se produce un aumento significativo de las enfermedades respiratorias. No solo el frío nos enferma, sino también la exposición a los gérmenes según la estación”, explica la Dra. Ana Putruele (MN 55.966), jefa de la División Neumonología del Hospital.
¿Se pueden diferenciar los procesos infecciosos respiratorios?
Los virus respiratorios muestran comportamientos estacionales bien definidos. Los rinovirus, asociados al resfrío común, son más frecuentes en otoño y primavera, mientras que los virus de la gripe proliferan en los meses de invierno. Las condiciones de baja humedad propias del clima frío pueden resecar las mucosas de la nariz y los ojos, debilitando la primera barrera de defensa del cuerpo frente a bacterias y virus. A eso se suma que, en invierno, las personas tienden a pasar más tiempo en espacios cerrados y con poca ventilación, lo que favorece la circulación de virus como el de la influenza. El pulmón es un órgano altamente expuesto: respiramos alrededor de 10.000 litros de aire por día. Es sorprendente que haya una infección pulmonar cada 100 personas por año. Pero en esta época, el frío y las condiciones ambientales duplican o triplican esa probabilidad. Los grupos de riesgo son los niños hasta los dos años de vida y los adultos mayores de 55. A partir de esa edad, la mortalidad por neumonía se incrementa notablemente y sigue siendo una de las principales amenazas para la salud de la población mayor”.
La Bronquiolitis es una amenaza real para menores de 2 años y la primera causa de internación pediátrica en Argentina durante el invierno.Tiene un alto impacto en el sistema de salud, especialmente entre mayo y agosto. “Se trata de una enfermedad viral que produce inflamación en los bronquiolos —las vías más pequeñas dentro de los pulmones— y que puede comenzar con síntomas muy similares a los de un resfrío”, explica el Dr. Carlos Velasco (MN 101.162), del servicio de Neumonología Infantil.

¿Cuáles son los signos de alarma?
«Fiebre, congestión nasal, decaimiento, tos persistente, falta de apetito y dificultad para dormir son los signos iniciales. Aunque la mayoría de los casos pueden tratarse en el hogar con seguimiento médico, entre un 5 y 10% requiere internación, y en los cuadros más graves puede ser necesaria la administración de oxígeno o incluso ingreso en terapia intensiva. La severidad aparece cuando el pulmón no logra oxigenar correctamente, lo que puede derivar en insuficiencia respiratoria y poner en riesgo la vida del niño. Por eso, una consulta a tiempo es clave. Cuanto más se avanza en el cuadro sin atención médica, más difícil se vuelve el manejo. Según Velasco, “la bronquiolitis puede impedir que el niño duerma, se alimente o respire con normalidad. Es una enfermedad que no da tregua si no se la trata”.
Otras afecciones respiratorias aumentan su incidencia durante el otoño y el invierno. La gripe (influenza) afecta cada año a millones de personas y puede derivar en neumonía, especialmente en mayores de 65, embarazadas o personas con enfermedades crónicas. El virus de la influenza cambia constantemente, por eso se requiere una vacunación anual.El impacto del COVID-19 ya no se percibe con la misma intensidad que durante la pandemia, de todas maneras el virus sigue presente y es un riesgo concreto para ciertos grupos de la población. “Continúa circulando y representa una amenaza real para personas inmunocomprometidas o con factores de riesgo”, advierte la Dra. Mónica Foccoli (MN 70.669), Jefa a cargo de la División Infectología. Las bajas temperaturas no solo aumentan la circulación del virus, sino que también favorecen las exacerbaciones de enfermedades respiratorias crónicas como el asma o la EPOC. En ese contexto, la vacunación contra COVID-19 continúa siendo una herramienta fundamental.
¿Cuándo debemos ir a la guardia y cómo diferenciamos urgencia de emergencia?
Saber diferenciar entre una urgencia y una emergencia puede evitar colapsos innecesarios en el sistema de salud. La Dra. Sofía Luzzi (MN 178.557), de la División de Otorrinolaringología subraya que «una emergencia implica riesgo vital y requiere atención inmediata, como puede ser el caso de un sangrado nasal incontrolable en una persona anticoagulada o una dificultad respiratoria grave por lesiones o tumores. Las urgencias, por otro lado, son cuadros que deben atenderse rápido para evitar complicaciones, pero que no representan un peligro inmediato. Ejemplos de esto son una fiebre alta persistente (más de 38°C durante varios días), dolores de garganta severos que no ceden con analgésicos comunes tras 48 a 72 horas, o sinusitis agudas».